En un tren, camino a la rutina, como me gustan las metáforas!! Las vacaciones se terminan al mismo ritmo que se pone el sol en estos momentos a través del cristal, el destino me concede el honor de disfrutar de esta maravillosa puesta de sol en marcha.
La distancia en tiempo, entre Valdepeñas (el pueblo de mi familia materna) y Madrid es de dos horas aprox. Muchas veces he hecho este recorrido sola y me gusta, aunque me sigue poniendo triste, cuando regreso y allí no se queda nadie pues no me importa tanto, pero cuando mi madre se queda allí me gustaría quedarme y seguir sin hacer nada. Imagino que eso es el síndrome post-vacacional.
Más cosas que odio de este síndrome: preguntarme que me deparará esta nueva etapa que empieza en breve. Pero imagino que eso nos pasa a todos, no?
Y como no es cuestión de un bajón en pleno tren, sabiendo que nadie me esperará en la estación a mi llegada (me gusta que me vaya alguien a buscar, pero, oh! Amigos estáis todos de vacas!), que esta noche cenaré sola, que el olor de Madrid a la vuelta de estar en el pueblo no me gusta... En fin, que no es cuestión.
Es más bien cuestión de contar las cosas que he hecho en Valdepeñas, que no suelen ser muchas, pero las que son me divierten y me devuelven a esas vacaciones de hace dos mil años cuando mi verano entero transcurría allí.
Como las vecinas hablándole de mi a mi madre como si yo no estuviera delante, “pero que grande está esta niña!”, “ay, cómo ha cambiado!”, “si parece que fue ayer cuando jugaba en la puerta con los vecinos…”. Qué maja la mujer! Y termina la señora con un “dame un beso hermoooosaaaaa!” a gritos, claro. Y yo mientras le doy dos besos y recibo los suyos de abuela rancia, pienso “no des besos, no des la mano, di hola…”, parece que ella aún no ha instalado el TDT y no se entera de mucho.
O te puedo contar que a pesar de las 6 habitaciones geniales que hay en la casa, yo duermo en la peor, la que da a la calle y escucho pasar las motos, los coches, los tractores y lo que sea, como además duermo con la ventana abierta por el calor y la puerta cerrada porque me da miedo abierta…Pues en cuanto amanece me entra un sol por la ventana que me tengo que poner un antifaz, y creo que hasta me pongo morena!!! Qué por qué duermo ahí? Porque tengo la certeza de que en esa casa hay fantasmas…como te lo cuento. Que no es que yo haya visto, oído ni sentido nada, pero es lo que pienso. Y por eso duermo en la única habitación que tiene ruidos no raros. Soy así.
También me entretiene, y toda mi familia me ayuda a ello, apuntar todas las expresiones manchegas, auténticas obras de arte de la dialéctica más castiza. Y una vez las conozco y aprendo a usarlas nos echamos unas risas. Como por la noche, cuando te cruzas con alguien le dices “nas’ noches!” y si no se entiende mejor aún. O saludar a alguien y decir “qué ices?” (quitando la “d”), muy cañí todo.
Que no es que yo me las de de señorita de ciudad, que a mi me gusta, es una manera de mimetizarme con el ambiente, no?
También es divertido dormir con unas sábanas que deseché de mi casa hace un par de meses porque estaban llenas de pelotillas, y llego allí y las tengo en la cama!! Claro, que le di las gracias a mi madre por ese exfoliante natural, tengo las piernas divinas!!
En fin, que pasar unos días en el pueblo es guay, también es guay volver y darte cuenta de lo independiente que eres. Triste ver que eres mayor y que tienes que trabajar y que no están mis abuelos para decirme adiós desde la puerta, aunque siempre que me voy miro hacia atrás y sé que lo están haciendo…
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